Uno vuelve, se envuelve, se desenvuelve, se enreda y desenreda, llega al mismo punto para partir de nuevo. Uno vuelve, aunque volver no quiera. Gira la manivela y cae al vació, que a la vez es el todo y la nada o la nada envuelta en el todo. El todo que llena los puntos cardinales perdidos o repartidos en naufragios de lo que uno fue y nunca volverá a ser. Uno se llena de imágenes vacías, de recuerdos construidos con los relatos que va contando y que se engordan con los apuntes de los otros que nada tuvieron que ver con la historia, pero que están ahí construyéndola, destruyéndola, reconstruyéndola. Uno se va haciendo de retazos, de imágenes. Uno se traga las imágenes que están en vasos llenos con agua de ríos, ríos que cuentan historias, ríos que llevan noticias, subiendas de pescado y cadáveres de los que alguna vez fueron y ya no. Uno flota por encima de esos cadáveres, de esas historias, las ve desde lejos como si solo pertenecieran a esos otros que van río abajo, uno flota para no untarse, para no atragantarse con sus pesadillas, para no llorar sus llantos, para almidonar el dolor y hacerlo soportable. Uno se llena los pulmones de ramas y troncos viejos que rasgan vestiduras, que arrasan pueblos, que rompen porcelanas, que hacen arder pieles y corazones. Uno salta tratando de esquivar el odio, se hace a un lado, cruza a la otra orilla. Uno vuelve, se envuelve, se desenvuelve, se enreda y desenreda, llega al mismo punto para partir de nuevo. Uno vuelve, aunque volver no quiera.
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